El parto de los montes
Hemos asistido a un nuevo acto de la gran farsa que protagoniza, desde hace cuatro largos e inútiles años, la oligarquía catalana encarnada en Artur Mas. Se ha pretendido mostrar un acuerdo de unidad que escenifica también la división entre quienes apostaron por la fractura. Tras el desconcierto de sus socios ante el anuncio y posterior ejecución de la parodia participativa del 9N, a raíz de la suspensión por parte del Tribunal Constitucional, el separatismo se topó con sus miserias. La argucia convergente desarmó a la pujante ERC y recuperó, al menos en parte, su tenue pulso electoral. Mas se dio un baño de popularidad entre los afines y repartió abrazos antinatura. Junqueras se dedicó al entusiasta conteo de papeletas tratando de cuadras sus cuentas. Pero el rédito se lo llevó el president.
La acción política del gobierno autonómico, prácticamente declarado en rebeldía, ha mantenido el tono populista y ausente de medidas de calado al servicio de todos. Mientras, se han sucedido los episodios judiciales y las informaciones periodísticas relacionadas con el principal partido del gobierno y con el clan del patriarca fundador. Lo que ha reforzado la percepción de que algo huele a podrido en el entorno convergente. Máxime cuando quien ocupa hoy el puesto de mando ha tenido y tiene un papel principal en el ámbito institucional y partidario.
En los últimos meses todos los esfuerzos se han centrado en desmarcarse del evasor confeso y de su prole. Pero las evidencias son muchas y dan a entender, si se mantiene despierto el espíritu crítico, que la corrupción institucionalizada en Cataluña durante las tres últimas décadas ha girando en torno a CDC. Y algunos de sus protagonistas, sea por activa o por pasiva, siguen ostentando destacados puestos de responsabilidad. Ni que decir tiene que quienes han gozado de la máxima confianza por parte del patriarca no pueden limitarse a decir hoy un simple “pasaba por aquí”.
En este contexto, tras dos legislaturas frustradas, la reválida del acuerdo de gobierno que se ha cerrado ante la mirada inquisitorial de agentes ajenos al ámbito parlamentario sirve bien los intereses de Artur Mas y su partido, al que devuelve la inútil iniciativa, mientras merma el liderazgo de Oriol Junqueras y ERC en el ámbito separatista. Nada grave si no fuera porque, una vez más, perjudica a los catalanes en su conjunto, por más que los que suspiran por romper España piensen que es un acuerdo necesario porque sirve a mayores fines. El compromiso político alcanzado pretende profundizar la fractura sociopolítica generada hasta la fecha, intenta revitalizar el separatismo y reafirma la voluntad frentista que caracteriza la acción política del corifeo de la secesión.
Pero la sociedad catalana es diversa, madura y difícil de manipular en su totalidad por más que se utilicen, de forma fraudulenta, los recursos públicos en atizar la propaganda durante una precampaña de ocho meses, en un intento descarado de forzar los fundamentos democráticos en estricto beneficio partidista y sin parangón en las democracias de nuestro entorno.
Asistiremos a incesantes campañas de intoxicación, intentando lastrar los valores de nuestro legítimo ordenamiento democrático al pretender imponer una imagen hegemónica del separatismo en Cataluña. Lo de estos dos últimos años, corregido y aumentado. Mas y sus prosélitos se esforzarán en convencer a todos cuantos puedan de las supuestas bondades de la fractura de España. Un gran, un enorme esfuerzo que, afortunadamente, tiene fecha anunciada de caducidad: el próximo 27 de septiembre. Y que, si el seny se impone se quedará en un simple parto de los montes.
Matías Alonso
(Publicado en El Mundo el 18-01-2015)